15 de marzo de 2017

A una luciérnaga


 A veces llego a mi cuarto cansado y agotado, es ahí donde dejo los problemas sobre el escritorio y empiezo a destriparlos. Una luciérnaga en el armario me llama con un hilo de voz mientras, concentrado, paso las hojas de un viejo libro y  tomo notas en un cuaderno de algo que puede serme útil algún día.

La intensidad crece y a más lectura, más se bajan las luces y un foco único e imperfecto, centelleante alumbra mi lugar. Las parcelas desoladas del cerebro danzan de la mano y la luciérnaga llama un poco más alto y claro. Esa luz distante que apaga soles en planetas lejanos amanece palpitante en la intensidad del pecho y deja un brillo de luna que casi se puede palpar.

Cruje la silla mientras me levanto y alzando la mano descubro que la historia sólo acaba de empezar. Al torpe tropiezo de los bailes cedo al pozo sin control. ¿Cuándo un fondo de algo fue tan difícil de encontrar? 

El tiempo gira a mi favor, cálido y llano en un espacio infinitamente ínfimo que al dar vueltas sobre el  cuerpo hacen del vaivén un mareo horrible. Es ahí donde resultas ser el más grande de todos y contra el suelo vas a dar junto a un tarro de cristal donde claramente dice "Tómame" y se aspiró sin más historias.

Bajo los efectos de alguna droga extraña, a veces, cansado, llego a mi cuarto y agotado me tumbo sobre los mismos problemas intentando ahogarlos, inventando cuentos, historias y arreglos para que así desaparezcan todos y amanezcan siendo otros, más pequeños, menos graves, menos intenso, más indefensos y ser yo quien los somete a mi voluntad.

¿Luciérnaga? Ahora callas y no brillas, qué tan difícil fue quererte ahí encerrada y tenerte junto a mi en un instante para que en una triste noche  te asfixiaras bajo un manto de estrellas puntiagudas, de cuento, de las que todos sabemos dibujar. Odisea magnífica la nuestra que de las reflexiones que realizamos junto a nuestras sábanas sólo quedan presentes la mitad de ellas y las otras mueren fusiladas contra el suelo.

Así yace la luz bajo sus alas inertes, luciérnaga de muerte que ya no vuelas, sino callas, solo callas. Ni voz, ni luna, ni estrellas ni cosmos en la espesura de la distancia.

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